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6 de enero de 2025
#Diablo: Entrevista con un poseído
--Es hermoso.
--¿Quién?
--El diablo. Es hermoso.
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Esas eran las líneas de inicio de la nota realizada por dos periodistas de "La Nueva Provincia" a un joven de Tres Arroyos que aseguraba estar poseído por el demonio, ver espíritus, sufrir estigmas en su cuerpo y vomitar sangre hasta el techo.Por Maximiliano Allica
La entrevista nunca se publicó y la versión original está perdida, pero hoy les voy a reconstruir aquella historia. Los periodistas éramos Ricardo Sbrana y yo.
***
Era un miércoles de invierno del año 2004, alrededor de las 19, y la redacción estaba extrañamente tranquila, al punto que creí que podía irme un ratito más temprano de lo habitual. Pero entonces sonó el teléfono (fijo, interno) y desde la otra punta, en la sección Deportes, Ricardo me hace una seña que era él.
"Tengo de muy buena fuente que en el Penna hay un tipo que tiene heridas que no se pueden determinar científicamente de dónde salen. No le pueden hacer un diagnóstico. Algunos dicen que está poseído", me dijo, solemne, relojeando mi cara de qué-me-estás-diciendo. "No sé, te lo cuento --dijo--, fijate si da para algo".
Desconcertado, dudando entre irme a casa y dejarme de joder, o ver qué pasaba, me ganó el instinto. Busqué en la guía de teléfonos el número de la guardia del Penna y llamé. Fue raro presentarme y decir: "Te hablo de La Nueva Provincia, nos dijeron que en la guardia hay una persona que dice estar poseída. ¿Es así?".
Mientras lo decía, sentía lo ridículo del planteo. Es más, casi cuelgo de la vergüenza. Pero hubo algo que me puso en alerta. Del otro lado, la chica que me atendió hizo uno de esos silencios que revelaban más su incomodidad que la mía. "Espere que le paso con el médico a cargo".
Quedé en línea cerca de un minuto hasta que volvió la misma voz, nerviosa: "Dice que ahora no puede...".
Pedí un taxi y fui para allá.
***
En la guardia me atendieron dos doctores, un hombre y una mujer, cuyos nombres olvidé. Sí me acuerdo, con toda claridad, que me llevaron a una pequeña habitación vacía, se sentaron en unas camillas y las preguntas las hicieron ellos.
¿Quién me había dicho, qué me habían dicho, por qué había aparecido así de repente en el hospital, cómo iban ellos a responderme ninguna pregunta sobre un paciente...?
Me fui con la certeza de que algo raro había. Lo único que no voy a revelar hoy es quién era la fuente de Ricardo, la persona que nos pasó el dato, porque todavía trabaja en el hospital.
***
El desafío siguiente, dificilísimo, era encontrar algún dato del poseído. ¿Quién era, cómo se llamaba, en qué sala estaba internado?
Yo nunca hubiera tenido el atrevimiento que mostró Ricardo dos mañanas después, cuando fue al Penna, se presentó como el doctor Boronoff, un médico de Buenos Aires, y pidió datos del paciente poseído por un pedido expreso del ministerio.
Increíblemente, la persona que lo atendió en recepción buscó la carpeta y se la mostró. Se llamaba Sergio, era de Tres Arroyos y ya no estaba en el hospital. De rebote, a modo de chisme, se enteró que antes de llegar al Penna, había ido a ver a un pai umbanda de Bahía.
Carlos.
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Fuimos a ver al pai a su casa-templo, que en ese momento estaba en Estomba al 1400. Nos explicó que sí, que Sergio lo había ido a ver con la madre y que él les había jogado os buzios, es decir, había aplicado un sistema de adivinación que se hace tirando caracoles sobre una mesa y "leyendo" cómo quedan repartidos.
Carlos nos dio su sentencia. El chico tenía un egún, o sea, un espíritu todavía atrapado en este plano, según ese tipo de creencias afro-brasileñas. Era el espíritu de alguien joven, inquieto, que no encontraba la salida final hacia el más allá y entonces se dedicaba a molestar a la gente del más acá.
También nos dio algunos datos personales más del poseído que fueron clave para buscarlo, porque aún no había redes sociales y no era fácil encontrar a un desconocido, menos en otra ciudad.
Con la información del "doctor Boronoff" y del pai Carlos, revisamos la guía telefónica de Tres Arroyos hasta que, en un intento, escuchamos. "Yo soy la mamá. ¿Qué quieren?".
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La madre del poseído no quería que habláramos con su hijo, en absoluto. Se la notaba sufrida, muy implicada con el problema y, sobre todo, convencida de que Sergio hablaba con la verdad. Él veía al diablo y sentía otras apariciones. Para ella, eso estaba fuera de discusión.
Con Ricardo encaramos al jefe de redacción, Fernando Monacelli, y le contamos toda la historia, con detalles. Nos dijo que, si sabíamos la dirección de la casa (y la sabíamos, porque estaba en la guía), nos tomáramos un micro y fuéramos hasta allá.
Eso hicimos.
***
Llegamos un sábado, poco antes del mediodía. Sergio vivía cerca de la terminal en un típico barrio obrero de casas bajas. Tocamos el timbre y la mamá, cuyo nombre no recuerdo pero era más bien petisa, algo ancha, de pelo corto y un poco enrulado, se sorprendió.
Nos atendió desde la entrada, amable pero seca, entrecerrando la puerta detrás suyo para que no pudiéramos ver nada del interior. La quisimos convencer de que nos deje hablar con su hijo, que su historia podía ser la de muchos, que tal vez publicarla permitiría que alguien importante le pudiera ofrecer ayuda. No había caso.
Después de varios minutos yo me resigné y empecé a retroceder unos pasos por la vereda, en silencio. Pero Ricardo volvió, no sé qué le dijo, y la mujer cambió el gesto.
"Pasen".
***
Era una cocina chica, tenía una ventana a la calle con una cortina de tela anaranjada que no dejaba entrar mucha luz. La mesa tenía un mantel de plástico, floreado. En las paredes, imágenes de santos y querubines. Nos convidaron mate y galletitas Variedades en un plato. A la mesa primero vino el padre y, después, Sergio.
Veinteañero, media altura, pelo castaño oscuro, ojos marrones. Nada del otro mundo.
No había fisuras entre ellos, la familia tenía asumido que no había locura en el relato del chico.
"¿Cómo veo al diablo? Se me aparece de noche y me habla. Es muy alto, más que la puerta, rubio. Hermoso como ese que está ahí", dijo, señalando a uno de los querubines.
Lucifer, en la tradición cristiana, efectivamente era el ángel más bello, hasta que quiso competir con Dios y terminó descendiendo al infierno para convertirse en el Príncipe de las Tinieblas.
Sergio contó que a veces se le aparecía y lo llevaba al cementerio de noche, que no se ponía las zapatillas porque sus pies iban en el aire, que en esos momentos no sentía nada fuera de lo común. Pero después se despertaba con dolores. Eran los estigmas, esas heridas en la piel que aparecían solas y que después nos iba a mostrar en la panza, la espalda y las piernas, así como vimos las manchas rojas en el techo de su habitación, que serían los rastros de sus vómitos furibundos de sangre.
Sergio y sus padres eran todo lo normales que podía ser cualquier familia de clase media baja laburante. El tono de la charla era el mismo que si estuviéramos hablando de un trabajo, de fútbol o de las últimas vacaciones de verano.
También sus amigos confiaban en él, de hecho uno apareció a la tarde y se quedó tomando mate, escuchando las historias que ya conocía hacía rato.
Suena extraño, pero todo el relato era creíble, porque estaba contado con naturalidad, por gente que no tenía nada que llamara la atención. "Cuando están por llegar las apariciones lo siento en el cuerpo, se me va poniendo la piel de gallina. Y ahí los veo, acá en casa o en otros lugares. Siempre de noche".
Querubines.
***
Por supuesto, con el tiempo se me escapan otros detalles. Me acuerdo que la madre sufría por su hijo, pero del mismo modo que sufriría cualquier madre si su hijo tuviera una enfermedad dura de las habituales.
Nos contaron que habían ido a ver a un sacerdote tresarroyense de apellido Torquatti, al que visitamos en la parroquia después de dejar la casa y antes de tomar el micro de vuelta a Bahía. Fue muy cauto, no nos contó demasiadas cosas, aunque sí estaba al tanto de todo.
Sergio, esto sí recuerdo bien, salió a la puerta a despedirnos luego de 3 o 4 horas de charla. Estaba vestido con pantalón y remera negra, pero no con aire de luto sino de música metalera.
Me pareció que hablar lo había aliviado.
***
No sé cómo fue esa noche para Ricardo, aunque sí tengo muy presente la mía. Vivía solo en un departamento de calle General Paz al que llegué pasada la medianoche. Estaba muerto de cansancio, pero cuando quería dormir se me venían las imágenes del relato de Sergio y no podía. Tenía miedo.
Poco a poco me fui sugestionando más y más con cada ruidito, cada movimiento de sombras, cada golpe de viento en la persiana. Pensé en llamar a mi viejo para que viniera o para ir a su casa, pero por dentro me decía a mí mismo que no, que nada era real, que tenía que aguantar, que ya todo iba a pasar. Que no podía ser tan cagón.
Y así llegué a una de las cosas más increíbles que me pasó en la vida. Cuando estaba completamente vencido por el agotamiento, los párpados se cayeron y entré en estado de sueño inevitable. Pero en ese instante sentí, de manera muy vívida, cómo dos manos me agarraban la remera por los hombros y me sacaban de la cama. Por supuesto que abrí los ojos y no había nadie. Fue horrible.
Recién la primera luz del sol me devolvió algo de calma y pude dormir. El paso siguiente era sentarse a escribir.
***
En aquellos años Abel Escudero estaba a cargo de una sección (finalmente efímera) que se llamaba Unidad de Proyectos Especiales, UPE. La entrevista al poseído iba a salir en ese marco. Repasamos toda la charla y empezamos a estructurar la narración.
"Una línea de diálogo para empezar. 'Es hermoso - quién - el diablo, es hermoso'", soltó Abel, con tono de revelación.
Terminamos armando un informe largo, bastante más que este texto de hoy.
Cuando estuvo listo, se lo mostramos a Monacelli, que lo escrutó un rato largo y dijo que una cosa así solo se podía publicar con el acuerdo de Diana. Es decir, la directora Diana Julio.
Entre las imágenes más presentes de esos días tengo la cara de Fernando volviendo del tercer piso, tras ver a Diana, diciendo: "Boludo, boludo, ¿sabés lo que me dijo? Que borremos todo, que no quede un solo rastro de esto en las computadoras del diario ni impreso en ningún tipo de papel. Y que le pasemos el teléfono de la familia, que ella conoce al mejor exorcista de Argentina que los va a ayudar".
***
No hay copias del texto original, porque se borraron de las computadoras y porque probablemente no le dimos suficiente valor en ese momento como para llevarnos algo impreso a nuestras casas. Solo queda la reconstrucción limitada de la memoria.
Nunca más supimos de Sergio ni de sus demonios. No sé si él y su mamá habrán esperado la publicación en el diario de Bahía Blanca o si alguna vez los visitó el poseedor del divino don del exorcismo.
Solo sé que mientras escribía estos párrafos el jueves 2 de enero a la mañana, me llegó un mensaje por WhatsApp de Abel, con quien no hablaba hacía por lo menos 10 años, desde que se fue del diario.
Me pedía que le mande un audio contándole qué recordaba de la UPE, en particular de la historia del poseído.
Esa tarde me fui a casa inquieto, pensando si existen las casualidades o detrás hay otra cosa, una fuerza sobrenatural que nos vigila, nos controla y se divierte con nosotros.
Durante varias horas no dejé de preguntarme si esa noche iba a poder dormir o alguna fuerza extraña me habría de arrastrar afuera de la cama.
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