1 de agosto de 2016

La guerra que nadie ve, a 20 cuadras del centro en Bahía Blanca






Tati tiene 14 años y dice que no le importa matar o morir. Hace dos meses un tiro casi le vuela una oreja y a los pocos días baleó la casa de su agresor, en el Noroeste. A los 7 fumaba porro, escondido de su mamá, en su casa cerca de la ruta 3 sur. “Pero ahora nada que ver, estoy rescatado, no estoy haciendo nada”, recontra asegura. De nuevo: el tiroteo fue hace solo dos meses.


Maximiliano Allica

mallica@lanueva.com


Javo todavía no cumplió 17 años y sabe que, por acumulación de delitos, a los 18 va a ir 9 meses a la cárcel. Eso, si de ahora en más no la vuelve a pudrir.

“Más vale que quiero un laburo, me re sirve ahora que estoy firmando”, dice. “Firmar” es reportarse periódicamente ante la Justicia de Menores. El laburo le sirve no solo por la plata sino porque tiene que demostrar que estudia o trabaja.

A los 13 disparó por primera vez, a un grupo de pibes más grandes que lo tenían de gil, en la plaza Cha-Cha-Cha (Chaco, Charlone, Chancay).

--¿Tiraste para asustar o para pegar?

--(Silencio) ¿Cómo para asustar?

Su primer arma, un .38, la compró con un amigo pero no dice dónde. Sí cuenta que le robaron droga a un tío y la vendieron. Se compraron el revólver y una moto.

Cuando habla Javo, Tati se calla. Vive a tres cuadras de la esquina donde venían parando las últimas noches. Conoce a Javo de toda la vida. Nunca lo va a admitir, pero se nota que lo admira.

***

Una de las drogas que más consumen es el clonazepan. Después, mucho porro, algo de cocaína y nada de paco. No hay. Con 10 pastillas se descontrolan un día entero. Deja mucha resaca, pero con alcohol o Coca-Cola levanta al día siguiente otra vez.

“Hay pibas que cuidan a viejos y compran con las recetas. Acá en el barrio la tira de 10 te la venden a 100 pesos --dice Javo--. Con las pastillas hay que tener cuidado porque no te importa nada. Podés estar robando un auto y que te estén mirando 50 personas. Te regalás”.

Roban casas en distintos barrios. Tratan de asegurarse que no haya gente. También saquean autos, sobre todo cerca de los restaurantes, en las callecitas próximas al Paseo de las Esculturas. A veces van en grupo, otras de a dos y muchas, solos. Cada uno hace la suya y no se reparten lo que consiguen.

En el barrio no hay capos, dicen, aunque el nivel de riesgos asumidos otorga jerarquía. Las bandas se van armando y desarmando de manera aleatoria. Es difícil saber cuántas son. Por lo menos, hay tres grupos. En Facebook, a la vista de todos, se amenazan, se muestran las armas. “No compro ni ai”, “ya te va caber”, se dicen. Usan el pelo bien corto, gorra con visera, se afinan las cejas.

Chorros y transas (vendedores de droga) no están necesariamente en las mismas bandas, aunque tienen vínculos. De todos modos, no parece haber una súper-maquinaria organizada. No llega a ser la Medellín de los 80. Pero sí es una feroz forma de vida de muchos chicos y jóvenes, que impacta en los demás.



“Ahora volvió a estar terrible”

“A la noche escuchás una frenada de moto, gritos y enseguida vienen los tiros. Hace unos años estuvo muy pesado y después se calmó. Pero ahora volvió a estar terrible”, dice Graciela, de 57 años, que vive con su familia desde hace más de 30 frente a la Escuela Media 5.

“Hace poco balearon en el pecho a un chico de 16 años y eso no salió en ningún lado. Muchas cosas no salen en ningún lado –agrega--. Esto solo se arregla con trabajo”.

José, de 61 años y que hace 25 vive en calle Río Atuel, confirma: “Escuchás tiros todas las noches, te acostumbrás. Al lado de mi casa hay un pibe que vende droga, lo conozco de chiquito. A veces lo ves hablando con la Policía”.

Ronda, iglesia y un fernet

Son las 5 y media de la tarde, estamos en un almacén, la dueña atiende por la ventana. En la habitación de atrás, el Ruso pasa el vaso de medio litro de fernet para que siga la ronda. Tuvo un laburo hasta hace poco en Bosque Alto, pero ahora se le terminó y anda buscando. El no se droga y va todos los fines de semana a la iglesia. A veces alguno lo acompaña.

“Ahora estoy tomando un poco de fernet con ustedes porque no laburo, sino no hago ninguna”, dice. Le creo. El ayudó a convencer a los demás para que cuenten su historia. “Son mis amigos de toda la vida, más vale que no me gusta verlos así”.

También colaboró Alfredo, dirigente de una ONG que viene trabajando hace años con los chicos del barrio. “Yo te doy una mano para que hagas el informe, pero que sirva para ayudar a los pibes, no para condenarlos”.

Atrás del almacén, en el patio, hay dos o tres chicos más aunque no hablan. A uno le dicen “Motito”. Tiene 14 pero es uno de los más fríos. Desde los 12 maneja pistolas. Después de salir me entero que es de los que no dudan.

Además de .38, usan .32, .22 y 9 milímetros. Armas y balas no solo se consiguen en la zona del Noroeste. También las van a buscar a Villa Muñiz o Villa Perro. O donde se enteren que hay.

¿Doce Apóstoles?

Ahora estamos en lo de Pachu. Reconoce a Alfredo y abre la puerta de su casa. Es amigo de Javo, Tati y los demás, pero se distanció. Dice que le robaron a la hermana y, aunque le devolvieron las cosas, le molestó la actitud. “Igual ya voy a hablar con ellos, somos amigos de re chiquitos, somos hermanos. Por eso me dolió más”.

Nadie lo confirma, pero sería hijo de uno de los Doce Apóstoles. Pachu anduvo entre los más perdidos con el clonazepan y es uno de los que más se enfrentó con otra de las bandas. La ventana de su habitación tiene varios tiros e incluso uno quedó en la pierna de su tío, con quien vive, además de la tía y sus primos.

Todos dicen que solo disparan contra una casa si antes tiran contra la suya. Ninguno contesta qué sentiría si en un tiroteo le matan a un familiar.

“Yo no quiero que esto siga. Ya está. Pero ellos (la banda con la que más se enfrentan) no quieren hablar”, dice Pachu.

Cuenta que hace poco lo arrestaron, lo amenazaron con que iba a estar 6 años en Floresta y el abogado Leonardo Gómez Talamoni logró que lo soltaran. Todavía le debe 1.500 pesos. Pachu ya cumplió 18.

A todos les pregunto por la cárcel. Las respuestas son vagas, pero lo ven como una posibilidad. Conocen gente adentro. No parecen sentirse inseguros.

En los mayores se ve una sensación de cansancio, de que la carrera por ganarse el respeto en el barrio se está volviendo pesada. Y la pelea entre ellos, hermanos de la vida, los cacheteó.

Javo ya no se enfrenta con los de Cha-Cha-Cha, algunos están presos y con los otros se saluda. Ya fue, están más grandes. Pero atrás vienen los más chicos. Extraoficialmente, en la Justicia admiten que se redujo la edad de inicio en el delito juvenil. Hasta hace 10 o 15 años la mayoría rondaba los 16-17 años, ahora aumentó la franja de 14-15.

Cada vez más chicos. Cada vez más armas. Cada vez más bandas.




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